El encargo me llegó aquella mañana de octubre. Una carta. Un proyecto de inhumación. «Hay que enterrarlo ya», me escribieron. «Para incorporarlo a las enciclopedias. Para ingresarlo en la posteridad cuanto antes. Todas las fuentes dicen que el número uno es usted, M. Un inhumador de raza. De la raza que escasea. Hasta ahora, todos los proyectos de inhumación han fracasado. Hemos puesto toda nuestra esperanza en usted. «Ese encargo no se parecía a lo que yo esperaba.
Esperaba que me trajeran por fin el «auto de petición de mi cabeza.» Con la firma del indignador Deniel. El alcalde Posada me lo había dicho: «Deniel es el dueño de la prensa, M. Es el amo de los juzgados. Se ha puesto al frente de la cacería que lleva tu nombre.» Esperaba a sus sicarios. Les dejé la puerta entreabierta. Con un solo sicario sería suficiente. Un tiro limpio en la boca y la partida habría acabado. Un día y dos noches estuve esperándolo. Pero el sicario no vino. Aquella mañana de octubre solo vino esa carta.