¿Sabías que Munro, permanente protagonista del libro, emprendió
un viaje con el propósito de captar a importantes hombres de
ciencia del siglo XVII hacia un extraordinario deseo, el de lograr
que llevasen a cabo sus estudios siguiendo un camino libre de
influencias religiosas?
¿Sabías que existió un hijo de la poesía, apellidado Huygens, con
una hermosa afición, la de mirar al cielo, nacida en su interior
cuando descubrió su incapacidad para concebir los comportamientos
humanos que veía en la Tierra? ¿O que un orgulloso aspirante
a estadista, de apellido Leibniz, llevaba con discreción su
estrechez matemática y pretendía condicionar dichos comportamientos?
Y qué decir del atareado y arisco Newton. ¿Tenías noticia de que
en 1683 abandonó de forma repentina sus indagaciones sobre la
Trinidad y otros dogmas para centrarse obsesivamente en el desarrollo
de unas leyes precisas y objetivas que explicasen el movimiento
de todos los cuerpos a partir de su interacción gravitatoria?
En todo caso, sepas lo que sepas, nunca podrás justificar con
certeza quién establece las leyes naturales.