De adolescente, le decía a mi hija que era adicta a las
terapias. Comenzó a acudir al psicólogo por sentirse
culpable al mojar la cama de noche. Si bien le decía que
no pasaba nada, lejos estaba yo de saber que la culpa
era una emoción odiada/deseada para creer que era
alguien tomada en cuenta, alguien que sí importaba a
los demás. Necesitaba sentirse víctima, era más fácil
que ser responsable y tomar decisiones. Necesitaba
escuchar halagos en medio de tantos errores cometidos.
Cuantas veces me pidió perdón, pero cuantas otras, me
decía te quiero. Algo pasaba, pero en la vorágine de
nuestras vidas no hubo tiempo para ver las señales…
Eugenia padeció su enfermedad con tal crudeza que en
sus intentos suicidas me pedía que la ayudara a morir,
porque ella no sabía, ni quería vivir… Pero allí estaba
yo, siempre alerta, con ese otro sentido que tenemos
las madres para sujetarla de la mano cuando se lanzaba
al vacío.
El vía crucis valió la pena. Los últimos seis años de su
vida disfrutamos de un amor tan grande, que era demasiado…
MI HIJA PADECÍA TLP