Pablo Vizán es un profesor de Matemáticas que vuelve al pueblo «a ver la vida desde la barrera de la edad». En Moralea del Río, topónimo literario que el autor sitÚa en Zamora, pretende escribir el Último capítulo de la vida de su anciana madre, «cercana ya la cínica caricia de la muerte». Pero lo que parece presagiar una novela de recuerdos y elogios a la vida rural, a sus ascendientes y a la austeridad de las costumbres castellanas, da voz a cinco mujeres que van tejiendo el tupido tapiz de la vida del protagonista: el amor, el sexo, los celos, la amistad, el egoísmo; la pasión por saber y enseñar, por sus familiares y amigos, por cambiar el mundo; sus dotes de seducción, su entrega a los demás, su huida hacia adelante.
La acción transcurre por tierras zamoranas, salmantinas, navarras y vascas. Un universo de lugares, vivencias y anécdotas, algunas de las cuales parecen ser un trasunto literario del propio autor. Morir para contarla es un canto a la vida: a su aprovechamiento y disfrute; al erotismo y al amor; a la amistad incondicional; al forjamiento de distintas personalidades que chocan y conviven y pelean; al ansia de conocimiento; a tierras y gentes que se cruzan.
En el juego de perspectivas que conforma la novela, Quevedo será el guía de la estructura. Cada una de las cinco historias está encabezada por un verso de su conocido soneto que define al amor (Es hielo abrasador, es fuego helado). En este recodo literario lleno de sorpresas, el humor que rezuman sus páginas es un ingrediente fundamental que calma al lector ávido de llegar al incómodo desenlace final.