Comienza el presente libro con el sabio consejo que Sancho recibe de Don Quijote: «Por la libertad… se puede y debe aventurar la vida». Sabio consejo, como tantos otros dados por el Hidalgo, capaz de templar o encender el ánimo de los lectores, e incluso de abrasar, como se comprueba en la lectura de su primera parte, porque: ¿debemos interpretar que la libertad tiene un significado unívoco?
En la novela «permitid que me presente», la omnisciente narradora del libro se ve agradablemente sorprendida por la manera en que una joven morena, en Manhattan, en un día caluroso, y arengando a todo un auditorio, argumenta, a su conveniencia, el sabio consejo de Don Quijote acerca de la libertad: «Yo soy libre… para cambiar mi conducta» –razona la joven morena. Arenga, que no solamente es escuchada por la narradora, sino que también es oída por las tres principales protagonistas del libro (y quizá también por el protagonista) y amigas entre ellas.
Arenga, que las tres protagonistas aplican o desaplican en situaciones significativas que se van produciendo a lo largo de su trayectoria vital. Trayectoria vital que abarca desde la mediana edad hasta la desaparición definitiva. Trayectoria vital idéntica a la que puede vivir cualquier persona: amores humanos o no humanos, celos, envidias, traiciones, obsesiones, fantasmas del pasado, pugna entre lo que se es y lo que se quiere ser. En definitiva, trayectoria vital con las mismas apremiantes exigencias internas que hasta el momento han soportado los seres que poblaron y pueblan la tierra: la necesidad de ser amados y valorados.